miércoles, 3 de septiembre de 2008

Prueba de fe

Adelina era una mujer muy piadosa y encaminada a llevar una fe inmovible, en sus años de adolescente, al llegar a sus XV años, sorprendida por un letargo de amor a Dios, de fe y caridad ingresó a un convento, del cual se esperaba que saliera toda una religiosa hecha y derecha. Todo un ejemplo de vida. Más no sucedió así. Y fue repudiada por cada uno de sus conocidos y benefactores, aunque en silencio, y desde entonces le estuvieron poniendo el dedo en la llaga con la molestia del matrimonio:
--Cásate, hija mía, cásate.
--Búscate un hombre que te haga feliz, que te lleve al altar.
--Búscate un hombre que se dedique a ti y que te colme de hijos.
--Ya cásate, ¿a poco te piensas quedar para vestir santos?
--Cásate, mujer, o qué acaso, no te gustan los hombres,
--Si te quedas sola, qué vas a hacer, entre otras. –-
Idea que Adelina le parecía si bien romántica, mágica y lejana, también le horrorizaba ya que no era lo que ella deseaba para sí misma. Le agradaba la idea de casarse, pero eso de ser la sirvienta, la enfermera, la abnegada y la sumisa de su marido, distaba mucho de la realidad. Era insurrecta por naturaleza. Era soñadora, se imaginaba disfrutando de la vida, de las cosas, de todo. No quería ser de todos los hombres, es más, ni de uno, quería ser de ella, solamente.
Había sido expulsada del Convento de las Madres del Santísimo Sacramento, por llevar una vida holgada, y querer vestir prendas cortas y escotadas. Por preferir zapatillas de tacón alto. Por reír en voz alta, y por no quererse confesar cuando el padre maestro y espiritual que las asistía las visitaba. Sencillamente le pidieron que hiciera un examen de conciencia y que revisara su vocación, para saber si en verdad quería estar consagrada al servicio de la iglesia y al amor a Dios. Con eso terminó su carrera al servicio de Dios y de los necesitados.

Su madre doña Conchita, era terminante en asuntos de la fe y de la religión. Nadie la haría cambiar que la mejor y única opción religiosa existente era el catolicismo. Sólo ellos estaban bien y los demás, los otros, estaban mal. En alguna ocasión discutiendo con otros cristianos piadosos no católicos y calentados los ánimos, ambas se gritaron:-- pues nosotras seguiremos pasando mientras Dios nos lo permita--- y Conchita, contestó tan hábilmente como era: -- pues nosotros les seguiremos cerrando las puertas mientras Dios nos lo permita. Y de un portazo se terminó la conversación sobre si la Virgen María es Virgen o no es Virgen, si después del nacimiento de Jesús, siguió siendo Virgen, en si tuvo más hijos, o ya no, etc. Y en cual de ambas religiones es la verdadera y cual es la falsa, como si Dios aprobara a unos y destituyera a otros.

Doña Conchita indignada por la salida de su hija del convento, cargó con su cruz y se dedicó a la oración y le ofreció ese sacrificio a Dios y a la Santísima Virgen y a san Judas Tadeo. Ofreció sus confesiones para poder iluminar a su hija y que ésta volviera al buen camino reingresando al convento a tomar los hábitos.
A diario se rezaba en esa casa, a diario se expiaban los pecados, se consolaba a los miembros de la congregación, así como algunas obras de caridad, se pedía por los demás y hasta por las ánimas benditas del purgartorio. A diario se vivía una fe inmensa en ese hogar.
Hasta que un día Adelina, reencontrándose con su amiga de Lucila, ex compañera suya expulsada del convento, se miraron de lejos y al acercarse se vieron con un entusiasmo inusitado, a partir de entonces se siguieron frecuentando y su amistad perseveró a tal grado que se volvieron confidentes e íntimas. Todo se comunicaban y sólo ellas se sabían sus errores y sus aciertos, y con base en eso decidían que era lo mejor para la una y lo mejor para la otra. Cada vez que se encontraban se daban cuantos halagos podían y se imitaban la una a la otra. También se la pasaban envidiándose una a la otra, lo que cada una poseía. De esa forma se entendieron y así siguieron con su amistad. En el trasfondo lo que sucedía es que solo se tenían la una a la otra.

Doña Marthita, la madre de Lucila, siempre fue tan parecida de carácter a Doña Conchita, que parecían hechas a mano, y del mismo molde y de la misma mano. Ya que en los incidentes que ambas tenían se agredían a las hijas, por no agredirse ellas y ellas salían ilesas del incidente. Doña Marthita decía que Doña Conchita:-- nomás andaba de chile frito en la iglesia y dándose golpes de pecho y no atendía a sus hijos y a su marido como Dios manda-- y agregaba: --qué a poco Dios le dijo, dedícate más a Mi que a tu marido y a tus hijos? --y afirmaba-- por eso el marido la dejó, porque no fue lo suficientemente mujer para su hombre. --Y remataba: -- ya ves, ni gasto recibe, pos pa qué, si no hace ni de comer, vieja chirriona, nomás anda tragando santos y cagando diablos. Si Dios no pide nada, ni quiere nada, qué le va a andar haciendo falta a Dios lo que esa vieja le pueda dar con sus rezos y sus santurronadas. No más anda haciendo lo que ni debe. Que cuide su casa, que cuide a sus hijos.

En lo que Conchita, replicaba que:-- Dios habría de condenar al fuego eterno a Doña Marthita, por ser una alejada de la fe y de Dios, y que por eso la hija le había salido tan descocada y argumentaba que si su hija había sido despedida del convento era porque (Adelina) era una descarriada que sólo había sonsacado a su hija que era toda una santa, todo un modelo de virtud y que por esas malas compañías el diablo se les había metido y las había alejado del verdadero camino.-- Guerra eterna entre ambas contrincantes que no llegaba a nada. Aún así ambas mujeres se invitaban constantemente, y hacían gala de la diplomacia que a ambas las caracterizaba para insultarse y seguir mirándose a los ojos con caras de beatas, pero prohibiéndole a las hijas que se frecuentaran, solicitud que no prosperó.

El conflicto entre las madres, lejos de separarlas, las unía. Pretestaban la fe que las juntaba y se contaban sus intimidades, más ahora que doña Conchita se había enfermado de gravedad y los males renales, la diabetes, la anemia y demás enfermedades, la habían asaltado como un mendigo a un millonario, y la habían agobiado.
-- Ay mana, ¿a dónde vas tan presurosa?
-- Voy a la iglesia,
-- Pero hoy es jueves, a qué iglesia vas, o qué va a ver, o ¿a qué vas tan apurada?
-- Voy a la Iglesia de San Hipólito, al centro. A cumplir una manda.
-- Ah, una manda, ¡qué piadosa eres, por eso te quiero tanto, manita!
-- ¡Ay ándale vamos, para que no vaya sola!
-- Je je, no, ya ves que yo a una iglesia no me paro, ya ves que soy una pecadora, no me vaya a caer un rayo, yo que soy una mala mujer. Si ves que hasta del convento me corrieron. Yo que me he alejado tanto de la Santa Madre Iglesia, yo que soy una hija mala.
-- No digas eso, ya ves que Dios, nos quiere a todas por igual, y siempre nos está esperando con los brazos abiertos, ya ves que los caminos hacia Jesús son escabrosos, son impredecibles y sólo Él sabe las pruebas que nos pone para llegar a su amor.
-- Sí, --en un suspiro-- pues eso dicen. Dicen que nos quiere a todas. Pero ¿a qué vas a esa iglesia?
-- Ah es que cada 28 de cada mes se le celebra a San Juditas Tadeo, y voy a darle las gracias, mana. Es por mi mamá, ves que estuvo muy grave y me la salvó. Se la encomendé y me la dejó para que siga viva, y yo viéndola y atendiéndola, como ella se lo merece, ya ves que hasta los amantes dejé, ya ves que ellos nada dejan.
-- Ay como eres, no digas eso. Si tú eres bien santa, eres muy buena. Que no hayamos encontrado el amor, eso es otra cosa. Y ay, ojalá y tu San Juditas de veras sea tan milagroso, y me conceda un hombre, pero que sea un gran hombre de esos que hacen tanta falta.
-- Ja ja ja, ay qué ingrata eres al desconfiar de San Juditas, y ponerlo a prueba, acuérdate que él es el abogado de las causas difíciles y de los desamparados. Pues te lo aseguro, no te va a conceder un hombre, sino a tres, vamos a la iglesia y ya verás, ya verás.
-- Mmm pues pago por ver
-- Si no te hace el milagrito, yo te invito una cera para que se la pongas pero ya no a San Juditas sino a San Antonio. Pero estoy segura de que será a San Juditas, ya verás, él es un gran santo, él es muy cabrón y no se va a dejar que otro santo le tumbe su lugar.
-- Bueno, vamos y veremos.

Al llegar al centro, salieron por la esquina de la estación del Metro Hidalgo, que da a la iglesia de san Hipólito, y se encontraron de frente con la loza que fue sacada de su lugar de origen porque según un piadoso dijo haber visto la aparición de la virgen del metro, una silueta que por el paso del tiempo, la humedad, y otros agentes, redundó en una imagen muy parecida a la guadalupana.

El lugar estaba hecho una verbena popular, se vendían frutas, buñuelos, pambazos, tortas, pozole; imágenes en estampas y de bulto; listones, rosarios, agua bendita y sin bendecir, según la necesidad del cliente y demás reliquias.
Por el otro lado, los piadosos y beneficiados de los favores concedidos por el Santo, regalaban a sus confeligreses: tortas, listones, escapularios, dulces, paletas, y demás artículos para honrar al patrono de los necesitados, y congraciarse con la hermandad. Otros más opulentos y más desprendidos, llevaron mariachis para honrar, así como grandes ramos de flores que mas que halagar al santo se agasajaban ellos, al ver como la gente los miraba, por el gasto ostentoso y suntuoso que habían realizado.

El sacerdote en turno a oficiar el servicio, vestido de gala y listo para comenzar la misa de 8, se desesperaba, ya que no podía negarse a que se le rindiera culto al santo, sin embargo le molestaba y lo comentaba con otros fieles dentro del templo, que debieran tener consideración de que el servicio no puede esperar, sin embargo, no le quedaba otra que esperar a que el mariachi terminara las canciones por las que había sido contratado, y éste a su vez se consolaba con que algún devoto le hiciera caso. Entre cuchicheos algunos de los fieles aprobaban lo que el cura decía, otros lo habían criticado, otros se hicieron los que no escucharon, ignorándolo y otros, de plano, le habían dicho que se dejara de mamadas, si todo lo que tenían era gratis y todavía se ponía al pedo.

El transcurso de la calle al templo, hasta los pies del santo, en días de fiesta, se hacía en dos o tres horas, ya que todos los fieles, querían pasar a rendirle pleitesía al santo patrón, algunos venían de lejos, otros de los barrios cercanos, y todos cargando sus imágenes en memoria y veneración del santo benefactor. Era una multitud que se congrega imparable todo el día. Ni el partido político más taquillero y en su mejor momento tenía tantos adeptos que iban por su propia voluntad como San Judas Tadeo en los días 28 de cada mes.

--¡Cuanta gente, no pensé que hubiera tanta devoción por San Juditas, mira como se arremolina la gente, qué barbaridad! --Se admiraba Adelina.
Su sorpresa no había acabado, cuando un mar de gente las separó a ambas, que ya llevaban sus veladoras, y sus listones, y toda la gente con la necesidad de entrar al templo se agitaban, lloraban, se empujaban, reían, unos se gritaban insultos, otros eran más directos, y se intercambiaban mentadas, el caso era llegar primero que los demás al altar del Santo, y poderle rendir pleitesía. Darle las gracias y ofrendarle el tributo requerido.
Los devotos del Santo, también en deuda, ofrecían a los demás concurrentes, tamales, dulces, paletas, listones, escapularios, ceras, veladoras en el trayecto, el chiste era cumplirle al santo a toda hora y a todo momento y que mejor el día de su fiesta, para que estuviera mas contentito.

Dentro de los apretones y empujones, Lucila y Adelina, las amigas, fueron separadas y por más que quisieron volverse a juntar, no lo lograron hasta que finalmente llegaron casi al altar, junto del cura que se quejaba porque no lo dejaban oficiar.

En el trayecto a Lucila le había tocado un listón verde, que no supo ni cómo llego a sus manos, y luego un escapulario que al aventarlo a otro fiel le había caído en las manos a Adelina, y solo se escuchó, que el despojado dijo: --órale, carnal, pásame otro, vez que esa pinche ruca ya me conejió mi escapulario, chale, pinche vieja culera.-- Adelina, por más que quiso devolver la prenda, no pudo por los empujones y siguió su camino.
Lucila, la buscaba con la mirada y la trataba de atraer hacia ella, para que no le pasara nada, en ese inter Adelina sintió unas manos que le tocaban la cadera, primero como roces, luego con suavidad, y finalmente con más fuerza.
Al principio quiso resistirse y hacer lo de otras: abofetarlos, devolverles el insulto o enfrentarlos, pero en realidad le había desconcertado lo que sucedía; se encontraba en un dilema; y se resistía por un lado y por otro se dejaba llevar. Cuando continuo su marcha y el toqueteo se incrementó sintió que otras manitas también la circundaban, dio la vuelta y eran tres muchachos que llevaban muy piadosos sus imágenes de san Juditas y que también se iban drogando, la miraron y con sus miradas inocentes, ausentes y sus sonrisas de camaradería le sonrieron. Sus toqueteos se hicieron suaves. Ella se volteo queriendo que ellos siguieran y que nadie los viera. Sin embargo desde lejos otros fieles y entre esos Lucila, la observaban desconcertada por lo que veían. No lo podía creer, su amiga, la santa, la correcta, se estaba dejando manosear por tres desconocidos y dentro del templo, frente a los ojos santísimos de Dios y de San Juditas. La gente de al lado solo miraban y nada decían, quizá tratando de disimular o bien importándoles poco lo que suceda a su alrededor, argumentando que:-- Mientras a ellos no los toquen que el mundo ruede.--

Adelina, sudada de emoción, de placer y daba gracias al santo de los necesitados: su milagro se le había concedido. Retar a San Judas no iba a pasar inadvertido. Quien iba a decir que en pleno templo se le habría de conceder el milagro. La contraparte era que le dolía en el alma, pues se sentía sucia, indigna e inmoral al estar sucediendo esto dentro del templo,

Lucila, admirada caminó hacia el cura que no hacía otra cosa que protestar y poner su cara de santo, pero de momentos se emocionaba con el mariachi y hasta llegaba a medio tararear alguna de las canciones.

Adelina, con las manos de los chicos sonrientes que no la dejaban, dio unos pasos adelante y alcanzó a Lucila, esta a su vez le reprochó que hiciera sus cochinadas en la iglesia. A lo que la suplicante del milagro dijo: --pues no te eches para atrás, tú me dijiste que San Judas es muy milagroso y me habría de dar a tres hombres y aquí está el milagro hecho.--

Ahora vendré cada 28, a traerle sus listones a San Judas Tadeo.

3 comentarios:

DZVLA dijo...

Bonito cuento. Me agrada.

Jose Delgadillo dijo...

Para Araceli y Jorge Campos

Jose Delgadillo dijo...

Para Araceli y Jorge Campos