miércoles, 5 de agosto de 2009

La dama del auto negro

... quiero que vivas solo para mi... y que tu vayas por donde yo voy... lara lara lalalala....
La música cadenciosa sonaba por los cuatro puntos cardinales, y la multitud se arremolinaba sobre un auto negro.
Una mujer de aspecto arrogante y de mirada altiva contrastaba frente al pueblo, pero sobre todo frente a las mujeres de aspecto humilde que la miraban con curiosidad y emoción. Unas de ellas calzaban huaraches, otras descalzas; las mejor favorecidas zapatos.
Todo el pueblo quería verla. Era una celebridad. Era ni más ni menos que la esposa del Candidato que tenía mejores posibilidades de ganar la silla presidencial.
La dama del auto negro, ya se sentía la primera dama y le hablaba golpeado y enérgicamente al grupo de trabajo que la asistía. El encargado de la comitiva, el Lic. González-Salas, le daba indicaciones de lo que debería hacer: saludar, sonreir, estrechar una que otra mano, escuchar a la gente, tomar una actitud maternal y benévola. Algo que molestaba a la dama del auto negro, que prefería encontrarse con María Félix, con quien rivalizaba en belleza y arrogancia, y no reunirse con esta chusma maloliente y mal vestida, pero todo lo hacía por amor a su esposo: el candidato presidencial y al pueblo de México, pues ella argüía sentirse descendiente de Moctezuma, antiguo emperador de México.
En ese momento, la dama del auto negro, pidió un cigarro, mismo que le fue negado por su asistente, el Lic. González-Salas, por estar a punto de bajar a saludar a su pueblo. La negativa la exasperó. Tomó una postura digna y enajenándose, pensó en los aliados de su esposo. ¡Cómo lo agasajaban! Bueno hasta el rey de España había ofrecido enviar a su hijo a la toma de posesión del presidente. Ya se veía ella en el Salón de Embajadores de Palacio Nacional, en San Lázaro siendo aplaudidos por la Cámara de Diputados, en Palacio de Bellas Artes escuchando la ópera, reinagurando por quincuagésima vez el Museo de Antropología y cenando en el Castillo de Chapultepec acompañada de las Damas del Patronato del DIF, la comitiva presidencial, y el cuerpo diplomático acreditado en México. Wow, la pompa más solemne. Eso sí que era vida. Después de eso, esperaba tomarse unos dias de descanso en la riviera maya, pero antes visitar el muy glamuroso palacio de hierro para hacer unas compras. Todo de acuerdo con su rango. Su rostro se le iluminó y su mirada llena de fuerza y energía, mostraron el brillo de esa gloria, cuando se encontraron con los ojos del Lic. González-Salas, y escuchó su voz ronca, servil e incómoda que le pedía que bajara del auto y que no se le olvidara sonreir. Que recordara que el pueblo de Santo Tomás, donde su esposo gozaba de gran popularidad la esperaba con ansiedad. Esto la volvió a la realidad. Se percató de que el pueblo que visitaba ni siquiera tenía pavimentada la calle principal, donde estaba su auto. Veía y sentía la polvareda que se hacía en torno a ella y los gritos y empujones de la gente al querer tocarla. Las porras en su honor, las dianas y la serie de cartitas sin fin que le hacían llegar en mano, donde le pedían desde un par de zapatos, la pavimentación del pueblo, hasta que les regalara una casa en las Lomas. Bajó del auto negro, con postura sublime, mientras los representantes del pueblo de Santo Tomás le hacían valla y cada uno posaba frente a la dama el auto negro, le sonreian y le expresaban sus respetos.
La atmosfera contagió a todos. El pueblo sediento de pedir y ella, sedienta por conceder. Más que primera dama, parecía Hada Madrina. En el clímax de las peticiones y gestiones, ella ofreció que en cuanto su esposo ganara la presidencia, mandaría inmediatamente a pavimentar no sólo la calle principal, sino todas las del pueblo; les llevaría el alumbrado público; una tienda de abasto popular; y hasta solicitar a su esposo les hiciera un museo de sitio para consevar allí los restos del mamut que dias antes habían sido encontrados al cavar en la plaza del 5 de Febrero, donde pensaban construir una cisterna para el abasto de agua potable del pueblo.
Como hija predilecta del pueblo de Santo Tomás, se organizó una recepción y fue invitada a comer a la mesa de honor por los notables del pueblo, entre ellos, el presidente municipal, y su comitiva, el padresito, los ricos del pueblo, y el director de la primaria Juan Escutia, en el atrio del Convento de Santo Tomás. En ese momento se acercó un grupo de ciudadanos, los cuales pidieron audiencia y la dama del auto negro en un arranque de sencillez, de complacencia y de generosidad no paró mientes en la comitiva que ya la esperaba y al instante les concedió la audiencia. Acto que arrancó muchas sonrisas de beneplácito en todos los concurrentes. Dentro de la charla, que fue en público, el Grupo de Ciudadanos, más que solicitar o pedir, rogó porque se hicieran realidad sus peticiones, mientras que la dama el auto negro, se comprometió a agilizar los recursos y hablar directamente con su esposo para favorecer en especial a ese pueblo que tanto quería al candidato presidencial. Entrados en confianza, la dama del auto negro se sentó para escucharlos mejor y ellos le acercaron a su vez una niña desaliñada que parecía mostrar la verdadera realidad de Santo Tomás. La dama del auto negro la acercó hacia ella, en un arranque de azoro, desagrado, beatitud y benevolencia, y les dijo: ¡Ay, pero qué niña tan bonita!, pero si sus padres la hubieran bañado, se vería más bonita. ¡Ay, pero qué niña tan bonita! pero si sus papás le hubieran comprado unos huarachitos, se vería más bonita. ¡Ay, pero qué niña tan bonita! pero si su mamá le hubiera hecho unas trenzitas, se vería más bonita. Las sonrisas se volvieron caras serias, y otras sonrisas se hicieron forzadas para disimular el reproche.
La dama del auto negro, cansada de estar con el grupo de ciudadanos, se levantó de la silla, se dirigió hacia la mesa de honor y pidió (más bien ordenó) que comenzaran a servir la comida.
Su actitud adusta no cambió hasta que llegó a su casa ese día por la noche.