miércoles, 4 de marzo de 2009

Como jugar a las escondidillas

I
Le dices a mi papá que mañana vengo. Fue la frase con la que Natalia se despidió de sus hermanos, aquella tarde soleada de domingo, cuando se fugó a los trece años, creyendo estar enamorada de un desconocido. Creyendo que jugaba a las escondidillas.
Su rostro soberbio evocó aquel momento, dio un suspiro y sintió por primera vez que sus piernas flaqueaban. Quiso sentarse, pero no había alguna silla o banca cerca y se conformó con abrazarse a una columna de un edificio antiguo. En ese momento brotaron lágrimas en un torrente de amargura que se desbocó. Llevaba tanto tiempo sin poder hacerlo, y ahora, lo lograba. Finalmente se desahogaba.
Precisamente, hoy hacía treinta años de que eso sucedió. No logra entender que fue lo que la sedujo a irse con Esteban, hasta entonces desconocido para ella y para su familia.
Quizá fue el deseo de conocer el mundo; de que un muchacho se acercara galante y le dijera quieres ser mi novia; de sentirse una mujer adulta; de querer liberarse de no sé qué; de las mentiras y promesas no cumplidas de su raptor; de ser sólo un juego emocionante; o bien por todas las carencias y la voluntad y deseo de superarlas, sin embargo para ella era sólo un juego, era como jugar a las escondidillas; donde te escondes y un par de minutos después te encuentran y todo vuelve a empezar otra vez.
Así tomó Natalia a Esteban, cuando se acercó a ella a decirle que si jugaba con ella y con los demás niños; lo tomó tan en serio, como tan en serio se toma un juego, pero que al final y al cabo no deja de ser un juego.
-Ándale Nati, vámonos a esconder hasta allá adelante, a donde no nos encuentren-
Al principio pareció divertido que el buscador tratara de encontrarlos y ya cuando estaba cerca de ellos, los nervios y las respiraciones agitadas los delataban, y en un grito delator finalmente los encontraba – Uno, dos tres por Nati, y el muchacho nuevo, que estaban escondidos atrás de la fuente- y los demás niños se apresuraban a ser encontrados, y los que ya habían sido encontrados se unían al bando del buscador, para agilizarle su trabajo. Así se le imprimía el placer y la emoción al juego y así se repitió una y otra vez hasta que Román, hermano de Esteban lo llamó y le dijo: esa chamaca es una loca, ¿ya viste que quiere contigo? ¿Cuánto apuestas a que si le dices que se vaya contigo, se va? ¿a que no le dices? Esteban miró a Natalia jugar con los demás niños, y le pareció graciosa y se dijo así mismo, tú eres hombre, qué puedes perder.
Esteban se acercó a Natalia y entonces el juego de las escondidillas comenzó otra vez. Todos corrieron a ocultarse y Esteban corrió tras de Natalia, la alcanzó, le sonrió, guiñó un ojo y le dijo que si quería ser su novia, ella sin pensarlo contestó que sí, y él tomando una pose firme y de autoridad le dijo: entonces harás lo que yo te diga y Natalia pensando en que era un juego, afirmó y sus ojos se iluminaron. Ella emocionada lo tomó de la mano y Esteban de inmediato pensó: sí, ésta es una loca y una fácil, luego luego me agarró la mano. Él respiró agitado, y se aventuró a decir: ándale pues, dile a tus hermanos que ya nos vamos. En ese momento ella miró a sus hermanos y a sus demás amiguitos y les dijo: le dicen a mi papá que mañana vengo. Entonces, como en un juego se fugó con él.
Sus hermanos no entendieron lo que sucedió, sólo la hermana mayor algo entendió, y no viéndola jugar con los demás niños y de que la frase resonara en su cabeza, notó que eso ya no era parte del juego; se preocupó y no aguantó más y fue a su casa a decir a sus padres lo que había ocurrido.
Delfina y Humberto, escucharon lo que su hija mayor les decía y no le creyeron. Los padres como queriendo jugar con ella, le piden que le diga a su hermana que vaya a verlos y les explique cómo está eso de que mañana viene, ¡pues a dónde ha de ir!
Al ver que Natalia no aparecía, lo relajado de la tarde dominical fue tomando un cariz de pena y de angustia. Los esfuerzos de los padres y hermanos por buscarla eran vanos, pues ella ya se hallaba en un autobús que la llevaría junto con su raptor a un pueblo de Veracruz. Los padres finalmente increpan a Marisol, y severos le preguntan: ¿con quién se fue tu hermana? ¡si se fue con alguien o algo le pasó es por culpa tuya! Por no querer ser buena hermana y buena hija con nosotros. Marisol llena de culpa lloró y lloró hasta que les dijo: se fue con Esteban.
El nombre del desconocido cayó como una bomba. Nadie sabía quien era Esteban, ni donde vivía, ni en qué trabajaba y angustiados, presionaron a Marisol para que les diera más información. Lo único que Marisol sabía era que tenía un hermano y señaló hacia donde lo vieron que entró cuando jugaba con ellos a las escondidillas.

*******

-Mira Román, más vale que nos digas dónde está la niña o vas a tener problemas.
-Yo no sé nada de ninguna niña, y por mi, búsquenla.
-Mi hija dice que el tal Esteban es tu hermano y que él se la llevó, ¿en dónde la tienen?
-Yo no sé nada de eso y háganle como quieran.
Román irónico, dio un portazo y los dejó en el quicio de la puerta llorando la madre, y el padre impotente y sin saber qué hacer. Vanos fueron los esfuerzos por buscarla. No apareció ni nadie dio razón.

******

Ya en el autobús, Natalia y Esteban iban gozando como recién casados, de su luna de miel. Él cariñoso la llamaba “Nati”, y ella correspondía llamándole “mi viejo”. Toda esa tarde y esa noche fue de ensueño, de ilusión, ambos se veían salir de una iglesia, con el reconocimiento de sus familias y de sus conocidos y vecinos. Se imaginaban en una residencia llena de sirvientes y de muebles finos y lujosos, donde él era un caballero elegante, fino, distinguido y donde ella era una dama elegantemente vestida, y señora de su casa.
No les importaba más que vivir sus sueños y dejarse llevar por ellos, como si en las horas que habían pasado juntos hubiera transcurrido toda una vida, y ésta fuera de miel y color de rosa.
El traqueteo del autobús los hacía sentirse llenos de esa emoción y la emoción los venció y se durmieron hasta que una voz soñolienta y aguardentosa gritó: Ya llegamos al Tepetate, Veracruz. Los pasajeros encamorrados bajaron del autobús. Él inseguro y ella temerosa descendieron también. Él buscando a donde ir y ella miraba para todos lados queriendo encontrar algo familiar, todo era nuevo, todo era especial, hasta que preguntó, ¿me vas a llevar con tu familia o a dónde vamos? A lo que obtuvo por respuesta un silencio y una mirada de molestia.
Esteban hizo la mueca como que buscaba un taxi y caminó hacia arriba por donde se veían unas luces y ella lo siguió. Al llegar a un zaguán negro, Esteban tocó con insistencia hasta que Jacqueline, una de sus hermanas, le abrió y al reconocerlo lo miró con una cara de fastidio que se incrementó cuando al abrir la puerta totalmente comprobó que era él, y con gesto adusto lo invitó a pasar, más grande fue su sorpresa cuando vio a Natalia y entonces comprendió el motivo de la visita. Echó una mirada fulminante a la pareja y carraspeando le preguntó: ¿quién es esa pulga mugrosa que te acompaña?
Esteban se agachó en actitud sumisa y alcanzó a decir entre dientes: ¡es mi mujer!
Las miradas sorpresa y desagrado así como la presión se incrementaron sobre Natalia, que de inmediato fue separada de Esteban y le dijeron que su gracia de mujer buscona y fácil no le iba a dar resultado. A él lo colocaron en una cama, y a ella le dieron unos cartones para que se los tendiera en la cocina y allí se quedara para que se encargara en servirlos, porque no iba a creer que iba a llegar a un lugar de placeres, sino a trabajar de sol a sol y donde las tortillas y el pedazo de pan que se comería los tendría que pagar primero.
Se volvió hacia donde se encontraba Esteban, le dio una mirada de auxilio para que la rescatara del mundo al que la habían relegado, más él, indolente, se acercó a ella para decirle: eso es lo que querías, eso es lo que tendrás.
Entonces Natalia, quiso volver con sus padres, con su familia. Volar sobre montañas y valles y llegar con los suyos y decirles que el juego de las escondidillas había terminado. Pero no, no era un juego. Y el juego de las escondidillas no lo jugaría más.

II
Fue una noche de dolor y de angustia. Delfina no dejó de llorar un instante. Rezaba y rezaba para que su hija, su niña, estuviera fuera de peligro. Humberto herido en su amor propio se sintió triste. Derrotado y peor aún por un tipo que los recibiera de mala gana y de mala gana y con sorna se riera de ellos en sus propias narices.
Al amanecer, no resistieron más y volvieron a buscar a su hija con el tal Román, a lo que les dijo Julia, la esposa de éste, que no se encontraba –Está trabajando en la panadería- que ella no sabía más y que su cuñado Esteban se había ido, seguramente para su pueblo, El Tepetate, con toda su familia.
Delfina y Humberto decidieron dar parte a la autoridad para que la niña regresara y se castigara al secuestrador. En la delegación de policía, el encargado en turno giró las indicaciones a los policías y los puso a las órdenes de los padres de la secuestrada.
Dieron santo y seña a los policías, y éstos de inmediato fueron a buscar al hermano del presunto secuestrador.
Llegaron en un auto negro sin placas, cuatro hombres y se dirigieron hacia la entrada y una mujer que hacía las veces de cajera, vendedora y demás, los detuvo y les prohibió el paso, ellos arguyeron que más valía los dejara pasar y que esto se lo decían por las buenas, sino ella también sería acusada de cómplice de secuestro y robo. La chica al escuchar semejantes palabras, se asustó, hizo la exclamación –ay y yo por qué- señaló a lo lejos, de entre los panaderos, al que ella creía que buscaban. Los agentes en un arrebato se acercaron de inmediato, tomaron al panadero por el frente y por la espalda y no le dieron opción de moverse y sólo con la pala de madera alcanzó a colocar los bolillos crudos dentro del horno, cuando ellos lo jalan y le dicen: Román, queda ud detenido, se le acusa de secuestro y robo de un menor, tiene derecho a una llamada y a un abogado, todo lo que diga será usado en su contra.
Salió Román, retorciéndose de la panadería, queriéndose resistir, ante el azoro de algunos compañeros, la mofa de otros y el cuchicheo de la cajera que ya se secreteaba con una de las clientas que acababa de llegar a comprar pan, con el pretexto de enterarse del chisme y de otra que lo había visto todo.

******

-Confiesa infeliz ¿dónde tienes a la niña? Habla.
-Yo no sé de qué niña me hablan y más les vale que me suelten, porque me vendrá a buscar mi padrino y ustedes hasta la chamba van a perder.
-Ah con que muy influyente, hijo de la chingada, pues ahorita los madrazos que te voy a dar van a ser más influyentes que tu pinche padrino.
Y asestó una dotación de puñetazos en el cuerpo escuálido de Román, hasta que cayó al suelo, junto a los pies del agente, que lo quiso agarrar de los cabellos y éste al resistirse, se azotó sobre el suelo, cuando otro agente detuvo a su compañero. En ese momento Román dolido del golpe, alcanzó a decir: -tráiganme a quien me acusa para que me lo compruebe- Los agentes se volvieron, en un acto de aprobación y salieron de la habitación. El primero de los agentes, furioso, antes de salir, le contestó, -te los traeré, cabrón, y veremos si sigues siendo tan boconcito-
Los agentes pasaron a otra habitación, donde los esperaban los acusadores angustiados, con el comandante en turno. Al cual los acusadores le decían: nos dijo que no nos diría donde está, y que le hiciéramos como quisiéramos, por eso vinimos a dar parte a la autoridad. El comandante al escuchar semejantes palabras, se sulfuró y dio por respuesta: -¡Ah caray! Esos que dicen que le hagamos como queramos, me gustan, porque me dan permiso de hacerle como yo quiero, y entonces veremos de qué cuero salen más correas- rascándose la barbilla. Volviéndose hacia sus subordinados les preguntó: -¿Ya confesó? Y ¿qué esperan para hacerlo confesar?
Los agentes pidieron a los padres que los acompañaran donde yacía Román en el suelo. Al entrar a la habitación, Román, ya se había auto golpeado, los agentes lo tomaron, y uno de ellos, le dijo:
-¿te gustan los desmadritos, verdad? A ver ¿qué armas traes?
-¿Cuáles armas?
-Un cuchillo, una pistola
-¿Pistola?, ja, nomás la que Dios me dio.
Furioso el agente por la burla, dio una bofetada en el rostro del sujeto, tan fuerte que la baba se le salio de la boca con algo de sangre, y hasta una chinche que le caminaba por el cuello fue a caer al piso. Otro de los agentes pisó al bicho. Sacaron de la habitación a los padres de la secuestrada, y llegó otro agente con un Tehuacan en la mano derecha y una batería de las que se usan en las ferias para probar su resistencia a la electricidad en la mano izquierda.
Después de tres horas, de unos tehuacanazos en la nariz, y unas cuantas descargas de energía eléctrica, al final confesó que él mismo había sugerido e instigado a su hermano a que raptara a la muchacha, porque su hermano tenía diez y seis años, y no había tenido novia, pero que por favor, ya no lo golpearan más. Que él mismo los llevaría a donde debería estar su hermano y que todo se arreglaría.

*******

En Veracruz, Natalia era tomada como una criada. Se tenía que levantar de madrugada a preparar el desayuno no sólo de Esteban, sino de todos los panaderos, y familiares, así como dedicarse a los quehaceres de la casa, ya que tenía que pagar el rincón donde dormía y las molestias que les había acarreado.
Una mañana llegó un auto negro sin placas, que tocó la puerta con tal agresividad, que los vecinos se alarmaron y salieron a sus puertas, cuando el agente les gritaba: -abran la puerta, secuestradores, pervertidores de menores- la puerta se abrió y una voz varonil pidió que midiera sus palabras. El agente lo tomó por las solapas. Lo jaló hacia fuera y lo azotó tres veces en la pared y le exigió con energía que entregaran a la menor secuestrada y abusada por ellos.
Los familiares salieron a la puerta, más que para defenderse, para acabar de entender que es lo que estaba sucediendo. Las mujeres lloraron, y los hombres asustados se replegaron. Los vecinos y la gente que pasaba, se acercaron haciendo bola. El agente no cesaba en injuriarlos, les gritaba que entregaran a la niña. Natalia, que se escondía tras un plato que llevaba en las manos y que no alcanzó a dejar cuando el incidente se presentó, quedó con los ojos desorbitados. Todo fue tan de repente. En la confusión, Esther, una de las hermanas de Esteban, dijo: -¿por qué tanto relajo por esa pulguienta? Si tanto la quieren pues llévensela. Natalia saltó los ojos una vez más. Sintiéndose evidenciada, quedó muda, y los colores se le subieron al rostro, quería desaparecer de las miradas que le dirigían todos. Los agentes dijeron que ya no era tan fácil la cosa, que estaban metidos en una bronca muy grande y la familia entera iría a parar a la cárcel, si bien les iba, y sino, hasta a las islas marías, por que era un delito que se castigaba hasta con cuarenta años de prisión. Esther, al escuchar lo que les esperaba, palideció, y quiso desfallecer. Quiso hacerse pequeña, quiso desaparecer, cuando sus vecinos, todos, la miraron con morbo.
Minutos después llegó Joaquín, porque un mozo le había ido a avisar y llegó corriendo. Aclaró que no era un secuestro, que ella estaba por su propia voluntad, que era la mujer de su hermano, y que él respondería por su familia, que él era el hermano mayor.
Ahora el agente, lo miró con burla, y mal disimuló su risa. Les advirtió que tenían dos demandas hechas. Una en el DF, y otra en Veracruz, ambas por secuestro. Joaquín, tragó saliba, quería llorar y tartamudeando preguntó al agente que eso cómo se podía arreglar. A lo que el agente le comentó que tenían que presentarse en México dentro de veinticuatro horas a cuarenta y ocho horas, llevar a la niña secuestrada y reparar los daños.
Joaquín volvió argumentar que no era un secuestro. Que era la mujer de su hermano. El agente furioso al escuchar la réplica, estampó tres bofetadas en el rostro de Joaquín, le dijo que le molestaba que le retobaran y advirtió, que dónde algo le pasara a la niña, sobre ellos. Se metieron en su auto y se fueron. Joaquín se quedó con sus golpes sentado en la acera, afuera de la casa de sus hermanos, y la familia quedó recargada sobre el zaguán, asustados. Mientras que los concurrentes, daban una última mirada, cuchicheaban y poco a poco se retiraban.

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Román, después de haber rendido su declaración, fue a casa de Humberto y Delfina. Cuando tocó a la puerta y le abrió uno de los hermanos de Natalia, se arrodilló y le pidió de una manera muy humilde y besándole las manos al niño, que le permitiera hablar con sus padres. El niño se desconcertó, cerró la puerta y avisó a sus padres. Delfina, vio de lejos a Román, que en cuanto él la vio, se dejó caer de rodillas y alzó los brazos en cruz y caminó hacia ella de rodillas, les besó las manos y los pies y suplicó que retiraran la demanda y los demás cargos por secuestro, que la niña estaba bien y que los agentes los habían visitado en Veracruz y que ya nadie les quería comprar pan desde el escándalo.

III

Las campanas de la iglesia repicaban a la distancia, era la segunda invitación a misa dominical. Ya se comenzaba a escuchar en la calle el paso de los vendedores con sus mercancías, unos cargándolas sobre sus espaldas, otros con bolsas grandes en las manos, otros con burros, y otros más modernos sobre una camioneta.
Ya se preparaba la familia entera para ir a misa, cuando unos toquidos temerosos llamaron a la puerta. Los niños inquietos corrieron a abrir la puerta, pensando que sería don José, el marchante de cada domingo que les iba a encargar sus cosas, y a hacer su primer venta del día con esa familia.
Delfina contestó desde adentro, ¿ahora por qué tan temprano, don José? Se asomó un señor de edad madura, entrecano, y dijo, soy Joaquín S y M, hermano de Esteban y Román, y nuestra familia viene toda a pedirle perdón, y traemos a presentarle a Natalia y a Esteban.
Toda la familia se detuvo a mirar, y Natalia, corrió hacia los brazos de Humberto, llorando ambos por el reencuentro. Abrazó a sus padres, les pidió perdón y les comentó que deseaba casarse con Esteban, ya que ella creía estar embarazada.
La noticia fue tomada con molestia, pero con resignación. Era algo que ellos de alguna forma esperaban. Unos meses después la boda se realizaba.

*******

En un suspiro, Natalia volvió a la realidad, se miró ahora, ya madura, después de haber vivido con ese hombre tantas cosas tan duras. Tantas infidelidades, tanta mala vida. Y apenas dar crédito de lo que le avisaban. Que su marido se había fugado con una mujer que era veinte años más joven que él y que en el trayecto de México a Veracruz se había salido de la carretera, en una de las curvas, y ambos ocupantes habían muerto. Sin duda esta era la última escondidilla que Esteban jugaría.

martes, 3 de marzo de 2009

Por dos cervezas

Rubén

El agua estaba muy caliente y su cuerpo tibio al haberse levantado muy de mañana. De reojo miró su desnudez en el espejo del baño, se gustaba, se admirada. El agua seguía muy caliente y rica. Deliciosa se esparcía por el cuerpo dando la vitalidad que necesitaba.
La boca con la cepillada diaria ha evitado el mal sabor que provoca el ayuno nocturno.
-¡Qué rico ducharse! Pensaba para sí Rubén mientras culminaba con la higiene matinal y diaria.
-Debo darme prisa- dijo Rubén al mirar el reloj de pared de la sala, cogió la toalla y comenzó a secarse el cuerpo. En un santiamén botó la toalla, se puso desodorante, se perfumó, se vistió: su uniforme impecable, pulcro, no se le veía pelusa alguna; y así se sentía feliz, más aún ordenado, su uniforme lo preparaba diario, previo al día de labores, antes de dormir.
Los zapatos boleados listos para la batalla, juntos como hermanos, sintieron el cuerpo de su dueño y amoldados a dichos pies, formaron entre hombre, uniforme y calzado un solo ser: el empleado de una de las líneas aéreas más famosas.

En esta ciudad transitada a pesar de ser tan temprano, el tráfico y el vaivén de la gente se nota desde mucho antes del amanecer y culmina hasta muy entrada la noche y en ocasiones se prolonga encontrándose uno con el otro, sin saber cuando dejó de ser noche y cuando comenzó el día.

Aunque el tiempo no era un problema, pues Rubén siempre es puntual y previsor, andaba de prisa como empujado por la inercia a al que todos los habitantes de esta ciudad nos movemos en masa. Y junto con ella nos dejamos llevar.
Abordó el colectivo y luego el metro que aunque en ocasiones llega a ser incómodo, también es eficiente. Su hermoso y pulcro y bien planchado uniforme negro se vio enturbiado por una señora que iba al mercado con su hija, que al abordar el tren, la llevaba de la mano, se apresuró a ganar asiento, y la niña llevaba en brazos su muñeca, las cuales denotaban que habían madrugado por fuerza y no les importaba un ápice la pulcritud y el cuidado que su vecino observaba.
Rubén modoso, alcanzó a decir: - ¿puede retirar a la niña un poco? – la niña iba dormitando sobre el costado izquierdo del poseedor del traje negro impecable en el asiento contiguo, y a lo que recibió como respuesta: ¡Huy pus váyase en taxi! Finalmente llegó a la estación donde descendía, pidió permiso para pasar y salió de dicho tren componiéndose el traje y apurándose a llegar a su oficina. Otros compañeros de giro como él hacían lo mismo. Todos indiferentes, uno que otro se cruzaba una mirada, los más cordiales un seco y distante buenos días. Todos presurosos por llegar a cumplir con el turno.

Era día de tianguis, justo el momento de romper la dieta y de probar un antojito mexicano – Toda la semana cuidarse, desayunar cereal, comer verduras y todo siempre a tiempo. Mmm hoy tenía ganas de comer unas quesadillas, unos sopes, hasta unas migas tan deliciosas. Doña Ofelia, la que las preparaba, las preparaba con tanto amor y cuidado, que tal parecía que eran preparadas para cada uno de los comensales que la visitaban cada miércoles.

Nora y Cristina fueron a ver a Rubén: - Mi amor, ya es hora de que nos vayamos a comer – Rubén, estaba en la línea con un cliente, y al escuchar la voz melosa de Nora, sólo alcanzó a hacerles una seña de que lo esperaran, ultimó los detalles de la llamada, colgó y se alistó para salir a comer con sus amigas y compañeras del trabajo.

El tianguis estaba repleto de empleados de las aerolíneas, así como de toda clase de empleados referentes al giro aéreo. Fácilmente se podría distinguir a cada uno de los empleados por su uniforme y saber a qué institución pertenecía, e incluso hasta el rango.
Rubén y sus acompañantes habían degustado las migas; ellas además habían comido unos dulces mexicanos e invitaron a Rubén a que las acompañara a ver ropa en otro de los locales, sin embargo dijo que no, que prefería llegar pronto a la oficina para concluir unos pendientes. Al separarse de ellas, los cinco minutos que hacía del lugar donde comió a su escritorio se fue prolongando hasta donde el mismo Rubén creía sentir los latidos del corazón y hasta las respiraciones de las personas que se encontraban cerca de él. Los minutos se iban ensanchando, y los segundos también, hasta donde creía poderlos, no solo contar, sino asirlos, de manera tangible. Dio una mirada de soslayo y vio a todos sus compañeros comiendo, riendo, comprando, platicando, otros distraídos viendo objetos. Todo era lento que hasta creía poder contar los pasos de cada una de las personas que veía. Dio una mirada hacia el edificio donde laboraba. Sintió que el edificio estaba cerca y distante a la vez. Al dar unos pasos, sintió una rápida y ansiosa corriente de aire. En cuanto parpadeo, una persona con una maestría inusitada le arrebató, con velocidad extraordinaria el teléfono, la cartera y hasta los dulces que llevaba en la mano. Rubén se volvió para mirar a ambos lados. Por un lado la gente yacía como en un aletargamiento, estaba suspendida, detenida; observaban sin observar. Por otro lado el edificio se alejaba y se acercaba sin poderlo evitar. La corriente de aire esta vez se despidió. Él se quedó en la calle, de pie, confundido. Casi hipnotizado cuando un respiro lo volvió a la realidad. El edificio estaba a unos pasos de él, y por el otro lado la gente que antes miró detenida, ahora cobraban movimiento y naturalidad. Algunos sin percatarse de lo ocurrido, otros quizá indiferentes, y unos que sí lo habían visto todo se preguntaban entre sí:
-que lo habían visto y no lo podían creer-
-que uno sale de su casa y no sabe si volverá-
-que todos estamos expuestos-
-que a cualquiera le puede pasar-
Rubén sintió en ese momento un gran vacío, una gran soledad. Todos murmuraban, pero no hubo una persona que se acercara a él para preguntarle si estaba bien o si necesitaba ayuda.
Al llegar a su oficina y queriendo desahogarse les comentó a sus amigas, que no le creyeron – Si apenas lo habían dejado, cómo iba a ser posible – hasta que les pidió unos pesos prestados, habló al banco para reportar el robo de sus tarjetas e hizo una llamada más a al compañía telefónica para bloquear y dar de baja su teléfono celular.

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Octavio

¡Qué lata! Toda la mañana sin un cliente, todos parecían muy listos o muy pobres, pues ya pocos usaban cadenas, relojes, esclavas. Ni quien pudiera dejarse robar. Eso pensaba Octavio que desde hacía cuatro años no encontraba trabajo. Lo habían despedido de la empresa donde laboraba como auxiliar contable. Para despedirlo, le argumentaron mil errores que no cometió, pero que no pudo rebatirlos por falta de información. En la empresa lo etiquetaron como no recontratable: falta de probidad. Salió de ese lugar con la moral hasta el suelo y con el cobro de la quincena y poco a poco lo ahorrado y las quincenas bien administradas y la buena planeación se esfumaron así como llegaron las deudas y el alquiler del departamento donde vivía aumentó, mientras que se empezó poco a poco a deshacer de sus muebles y objetos de valor. Sólo quedaron su cama, unos cuantos trastos y un minicomponente en mal estado. De los trajes y las corbatas ni acordarse.
Un día, hambreado, y en un arranque de ira con la sociedad por haberlo expulsado de su bienestar, cayó sobre un transeúnte, el cual sin más que esperar se quitó los lentes, una esclava, y dinero que poseía y se los dio. El transeúnte a cambio pidió, que no le hiciera daño, y él, el único impulso que tuvo fue de tomar los objetos e irse a paso rápido, siguiendo el camino que llevaba. Su corazón latía a prisa, sudaba, sentía las miradas de todos: de la gente, de Dios, del diablo. No alcanzaba a entender qué había sucedido. Sólo quería reclamar, no asaltar. Lamentaba su mala suerte. Echó un vistazo a la cartera y traía dinero: suficiente para comer a gusto ese día y pagar la renta antes de que le pidieran pidiéndole el cuarto donde ahora vivía.
El ayuno de tres días lo desganaba. Él, que antes era fuerte y robusto, había bajado de peso y este sabor amargo que sentía en la boca, que no se le quitaba por nada, hacía que viviera otro arranque de ira. Sólo se suavizó un poco, por que la noche anterior entró al metro pidiendo una caridad, más ninguno se conmovió más que el pinche jotito que estaba en el último vagón, no sabe si le dio lástima o qué, o ¿le habré gustado? Nel, no soy puñal, je, pero bien amanerado, bien finito, su pielcita como de papel y muy modoso y muy frágil, el muy cabrón me extiende la mano y me da el lunch que no se quiso tragar ese día: una naranja, una manzana, un yogurt y una torta fría, y todavía me dice el muy cabrón: están limpios, no los toqué. Sus ojos expresivos me daban más que sus manos que extendían la bolsa con fruta. ¡Pinche jotito! Estaba bien bonito. En ese momento el reflujo amargo había llegado otra vez a su boca, y no aguantó más. Se levantó, se puso el pantalón, se medio echó agua en el rostro y en los cabellos pegajosos. Tenía una loción que se había robado de un auto cuando en alguna ocasión se lo dieron a guardar, una vez que intentó ser viene-viene. Pero le dio vergüenza, tomó el dinero que había para cambios y la loción y dejó las llaves pegadas en el carro y muy digno se marchó, se aplicó la loción y salió de su cuarto.

Tenía hambre, sed, sueño, angustia, enojo, tristeza, pesar, rabia y de momento vio hacia los edificios de las aerolíneas, afuera de los hangares del aeropuerto. Un transeúnte despistado, caminaba con mucha lentitud y miraba a ambos lados, hacia el tianguis y hacia su edificio. Ese fue el motivo decisivo para que Octavio le tomara inquina, pues iba bien vestido, perfumado, con teléfono móvil y además había comido. Fue caminando hacia él con paso rápido y en un dos por tres le arrebató el teléfono, le quitó la cartera y hasta los dulces que llevaba en la mano, para que se le quitara lo pendejo. Además él no perdía mucho, tenía trabajo y en unos dos o tres días se recuperaría.

Octavio caminó muy propio y dueño de sí. Muy satisfecho y no hubo quien lo detuviera, al contrario le abrían el paso.
Al llegar al final del tianguis, revisó el botín, abrió el teléfono, desprendió el chip y lo tiró al agua sucia, el teléfono estaba cargado y parecía nuevo. Pidió unas quesadillas, sintió sed y se le antojaron dos cervezas, volvió a ver el botín y se percató que traía muy buenas ganancias, y suficiente efectivo, tanto como el que él cobrara cada quincena.
Entró a la cantina pidió dos cervezas y también la botana. ¡Era tiempo de celebrar!